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Simplicidad y complejidad: encontrar un equilibrio en la inversión sostenible

La inversión sostenible es sencilla en teoría, pero confusa en la práctica. Reflexionamos sobre los retos que plantea el enfoque actual hacia la sostenibilidad y cómo aceptar la complejidad puede ayudar a los inversores a superar estos retos.

Autores

Barnaby Wiener
Director de sostenibilidad

Vishal Hindocha
Responsable global de estrategias de sostenibilidad

¿Deberían preocuparse los inversores por el impacto de sus inversiones?

Una pregunta sencilla con una respuesta obvia. ¡Por supuesto que deberían! Todas las inversiones tienen un impacto. 

No es una lógica disruptiva. Las entidades financieras y los actores empresariales contribuyen directa e indirectamente a las condiciones de nuestros ecosistemas comunes. Como inversores a largo plazo, ¿cómo podría no preocuparnos la continua viabilidad de los emisores en los que invertimos o del entorno en el que operan? Si las empresas no tienen en cuenta la contribución de todas las partes implicadas —los empleados, los clientes, los proveedores, las comunidades y el medio ambiente— en la creación de valor económico, al final podrían perder su capacidad para operar y todos, los inversores incluidos, saldrán perdiendo.

La inversión sostenible: sencilla en teoría, confusa en la práctica

A menudo redunda en el interés de los inversores pensar en el impacto que tienen los emisores de valores sobre la sociedad y el medio ambiente. Esta constituye la base de la inversión sostenible y, en teoría, es de una simplicidad elegante. En la práctica, se ha convertido en un tema controvertido y polémico en torno al cual el mundo de la inversión se ha complicado la vida.

La política ha contribuido a ello. La inversión sostenible y, en particular, la consideración de las cuestiones ambientales, sociales y de gobierno corporativo (ASG), ha sido objeto de muchos debates políticos. Ahora bien, no podemos echar toda la culpa a los malentendidos políticos. La comunidad inversora no se ha quedado corta en añadir confusión al asunto.

Nuestro sector está repleto de una larguísima serie de relatos sobre las cuestiones ASG, la inversión de impacto, la sostenibilidad y otros conceptos relacionados. Estos relatos llevan en última instancia a la pregunta de si la sostenibilidad consiste en tomar unas mejores decisiones de inversión o conseguir un mundo mejor. 

No parece haber una respuesta correcta o, al menos, una que sea completa.

Tal vez el motivo sea que estamos planteando las preguntas equivocadas. Los humanos pensamos de manera binaria. Es natural que tratemos de buscar maneras estructuradas y mensurables de abordar problemas complejos. Sin embargo, en mi experiencia, los problemas complejos exigen unas soluciones con matices. Resulta intrínsecamente difícil conciliar la creación de valor con la conservación medioambiental y social en un sistema económico que funciona en torno a las ganancias de los accionistas a corto plazo. Esto se debe, al menos en parte, a la preocupación excesiva de nuestro sector con los resultados financieros a corto plazo y la llamada «pacificación» del capital. No se tienen en cuenta las externalidades sociales y medioambientales que perjudican el mundo y la viabilidad económica a largo plazo de muchos modelos de negocio. 

¿Y si, en cambio, concibiéramos la asignación del capital como una herramienta para promover un sistema que prioriza el bienestar financiero, al tiempo que trata de construir una prosperidad común y un planeta saludable?

Los retos que plantea el enfoque actual hacia la sostenibilidad

Queremos pensar que este objetivo no está fuera del alcance de nuestro cometido colectivo. El movimiento reciente en torno a la sostenibilidad se debe, por lo menos en parte, al reconocimiento de que debemos plantearnos las cosas con una lógica diferente. Pero antes de hacerlo, primero tenemos que reflexionar sobre los retos que presenta la manera en que abordamos actualmente la sostenibilidad.

El primero es la implementación. Para muchos, la sostenibilidad significa conjugar determinados valores de los inversores con unos objetivos financieros. A menudo, el resultado es una restricción del universo de inversión: solo se invierte en empresas «buenas» desde el punto de vista ASG y se excluye implacablemente a aquellas con las que tenemos objeciones. Esto es problemático por varios motivos, entre otros, porque hay una diferencia entre apartarte de algo en lo que no quieres participar y perseguir activamente el cambio. Este enfoque también puede inflar la medida en que se consigue un impacto, y corre el riesgo de que se equipare el impacto de la cartera con el verdadero cambio económico.

Por ejemplo, en los mercados cotizados, la gran mayoría de las empresas son distribuidoras netas de capital. Devuelven mucho más a través de dividendos y recompras de acciones que lo que captan a través de emisiones de capital. En el mercado secundario, salir de una empresa con altas emisiones para invertir en una de bajas emisiones puede ayudar a reducir la huella de carbono de una cartera y podría hacer que sea «coherente con nuestros valores» en un análisis de atribución, aunque no tiene ninguna incidencia en la reducción de las emisiones de CO2 pasadas, presentes o futuras del mundo real. Sin duda, la economía real tiene que dar el primer paso, y los datos de la cartera lo acabarán reflejando en consecuencia. No creemos que optimizar las emisiones de carbono de las carteras tenga ningún impacto en el mundo real.

Además, este planteamiento a menudo requiere algunas renuncias. Como inversores que deseamos obtener una rentabilidad financiera, ¿por qué diseñaríamos una estrategia que ignora algunos componentes cruciales del engranaje de inversión, como la competencia, la oferta y la demanda, la rentabilidad, la intensidad del capital y la valoración? Un fabricante de turbinas eólicas podría desempeñar un papel crucial en la transición energética, pero si las barreras de entrada son bajas o la valoración es muy cara, podría resultar ser una inversión desastrosa. Del mismo modo, si una empresa petrolera es lo bastante barata, independientemente de las perspectivas de la demanda de petróleo, podría ser una inversión excelente.

En cambio, si realmente quisiéramos tener un impacto en los mercados cotizados, la mejor estrategia podría ser crear una cartera con las empresas más contaminantes y luego promover el cambio, pero sospechamos que esto solo tendría un impacto moderado y una mala rentabilidad financiera y podría suscitar interrogantes habida cuenta del deber fiduciario del gestor de inversiones. Otra opción es que se podría tener un impacto positivo invirtiendo en empresas con un propósito social o medioambiental explícito, pero solo en el área de inversores providenciales o capital inversión en empresas en fase inicial, que necesitan constantemente capital nuevo para sobrevivir y prosperar.

El segundo reto que plantea el enfoque actual hacia la sostenibilidad respalda el primero: la mayoría de las cuestiones que estamos tratando de analizar son de carácter intangible y no pueden sintetizarse. Hay una plétora de estándares, parámetros, marcos y directrices existentes y emergentes cuyo fin es ayudarnos a medir los factores ASG. Pero ¿cómo puede tener sentido imponer unos modelos universales y predeterminados a la comunidad inversora para evaluar la sostenibilidad de cada inversión cuando una gran parte de ello no puede medirse? 

Por ejemplo, medir la rotación del personal o la desigualdad en los salarios de una empresa podría darnos una indicación de su cultura corporativa, pero ¿presentaría un panorama completo de la experiencia de los empleados, proveedores y clientes? Por supuesto que no. Los factores intangibles, por definición, no son cuantificables.

En el mercado secundario, salir de una empresa con altas emisiones para invertir en una de bajas emisiones puede ayudar a reducir la huella de carbono de una cartera y podría hacer que sea «coherente con nuestros valores» en un análisis de atribución, pero no tiene ninguna incidencia en la reducción de las emisiones de CO2 pasadas, presentes o futuras del mundo real.

Y sin embargo, el sector en general no solo está tratando desesperadamente de cuantificar un amplio abanico de características ASG, sino también de transformar esos parámetros en puntuaciones y calificaciones agregadas. La reducción a una única puntuación ASG es un ejemplo de la concepción y simplificación excesivas de nuestro mercado en los últimos tiempos, por lo que presenta una oportunidad fantástica para los inversores activos y los responsables de la asignación de activos que quieran arremangarse, hacer su propio análisis y llegar a unas opiniones fundamentadas sobre en qué invertir. 

Para demostrar esto, consideremos el siguiente experimento de reflexión sobre una hipotética empresa de coches eléctricos a la que deseamos asignar una puntuación ASG. Dejando de lado de momento una gestión mediocre y algunas controversias sobre el fundador y la dirección ejecutiva, usted opina que esta empresa es una líder excepcional en el sector y pionera en cuestiones medioambientales, y que ha contribuido más que ninguna otra a influir directamente en la trayectoria de los vehículos con bajas emisiones. Sin embargo, el análisis muestra que la empresa no se preocupa por sus trabajadores, y hay algunas alegaciones de que no trata bien a las minorías. También tiene un mal historial de seguridad del personal. ¿Cómo se asigna una puntuación ASG global en una escala de 0 (mala) a 10 (buena)? ¿Qué significa realmente esa puntuación? ¿Cómo debería interpretarla la empresa, y cómo puede mejorarla? ¿Cuán peor puede tratar a su personal por tonelada de emisiones ahorrada?

Si se hicieran estas preguntas a cualquier persona ajena al sector de la inversión, pensaría que es absurdo plantear una cuestión de esta manera. De modo similar, nosotros rechazamos la idea de que puede segmentarse el universo de inversión entre actores «buenos» y «malos». Es comprensible la tentación de hacerlo si pensamos de manera binaria, especialmente cuando las limitaciones de los recursos y las desigualdades sociales son cada vez más intensas. Pero por mucho que nos gustara vivir en un mundo a lo Tolkien de hóbits, elfos y ents por un lado y orcos, troles y jinetes negros por otro, el mundo real exhibe más matices.

Algunos ejemplos:

  • Una empresa de gases industriales genera unas emisiones de CO2 enormes, si bien también es una facilitadora clave de la transición energética. En la práctica, permite una reducción de las emisiones de los consumidores que compensa las emisiones generadas por la empresa.
  • La cadena de suministro de una empresa de chocolate está plagada de problemas de trabajo infantil, pero sus proveedores son pequeños agricultores de subsistencia de África Occidental, donde el trabajo de los niños en las explotaciones de sus padres es normal en su cultura y una necesidad económica.

Si se acepta la premisa de que estas son cuestiones complejas sin una respuesta correcta, queda claro que utilizar el sistema de inversión para mejorar el mundo —suponiendo que este sea el cometido— dista mucho de ser algo sencillo. Y, por supuesto, para la mayoría de gestores de activos, incluyendo MFS, el cometido no es salvar al mundo, sino cuidar de los ahorros de nuestros clientes.

Por qué los inversores deberían aceptar la complejidad y la imperfección

Frente a la complejidad, la tendencia natural es tratar de evitarla, pero en cambio, deberíamos aceptarla. Las cuestiones de sostenibilidad se presentan de formas muy diversas; algunas son claras y transparentes, otras son obscuras y encubiertas. A menudo, cuanto más exploramos estas cuestiones con las empresas, más complicadas se vuelven. Junto con la complejidad, también tenemos que aceptar la imperfección. Formular juicios de valor y llegar a conclusiones sin disponer del panorama completo es una parte intrínseca del trabajo del inversor. 

En MFS, contamos con un equipo de inversión de más de 300 personas, la mayoría de las cuales pasan una gran parte del tiempo tratando de conocer en más profundidad a emisores de acciones y bonos de todo el mundo. Se trata de un proceso sin fin, difícil y a menudo frustrante, pero extrañamente adictivo. Tratamos de entender en la mayor medida posible las piezas cruciales del rompecabezas de inversión: los principales motores de los ingresos y los márgenes, las características del flujo de caja y del balance, el entorno competitivo y normativo, la dirección y el gobierno corporativo, y los factores ambientales y sociales que podrían tener una incidencia significativa en el valor a largo plazo. Lo hacemos porque tenemos un mandato muy claro: los intereses financieros de nuestros clientes son lo primero. Sin embargo, en las ocasiones en que —haciendo hincapié en la importancia de los horizontes a largo plazo y los modelos de negocio que consideran la sostenibilidad— podemos tener una pequeña e incuantificable contribución a construir un ecosistema económico más duradero, lo hacemos.

No es nada fácil. No hay respuestas sencillas. Dentro del equipo, siempre hay desacuerdos: sobre la calidad de la dirección, el riesgo de disrupción, la ventaja competitiva, el riesgo normativo y las preocupaciones críticas sobre sostenibilidad. Este desacuerdo no nos preocupa; al contrario, nos tranquiliza. Reconocemos que no hay nada como hacer trabajar realmente al cerebro y tratar de usar nuestro criterio, así como unos datos objetivos, para llegar a una conclusión. Si todos llegamos exactamente a la misma conclusión, podría haber un serio problema. 

Esta idea también vale para los retos descritos más arriba. No hace falta que nos pongamos de acuerdo sobre unos principios generalmente aceptados de la inversión de impacto, la sostenibilidad y las cuestiones ASG para reconocer que, si queremos que nuestro ecosistema perdure, tenemos que desempeñar un papel en la corrección de los desequilibrios actuales. No obstante, tenemos que ser sinceros con las limitaciones del modo en que operamos hoy en día. Trabajar así seguramente exigirá un planteamiento más creativo de aquel al que estamos acostumbrados como inversores, además de diligencia, análisis contextual, criterio y debate. Todo esto requerirá paciencia y una orientación al largo plazo.

Si nosotros y otros inversores podemos demostrar que ganar dinero y hacer el bien no se excluyen entre ellos —y que, de hecho, pueden reforzarse mutuamente—, podríamos transformar el modo en que las personas y los inversores reflexionan sobre la asignación del capital. Este objetivo es arduo y dista de ser evidente. No hay atajos ni fórmulas mágicas. Pero, tal como dijo John F. Kennedy, tendríamos que hacer estas cosas no porque son fáciles, sino porque son difíciles, porque las recompensas podrían ser espectaculares. MFS y el sector de inversión tienen la oportunidad de redefinirse y, de este modo, crear un enorme valor para los clientes, las comunidades, los trabajadores y los accionistas. Espero que, colectivamente, tengamos la imaginación y el valor necesarios para responder a este reto.

Estaremos encantados de conversar sobre temas de sostenibilidad importantes con usted.  Escriba a allangles@mfs.com, estamos a su disposición.

MFS podrá tener en cuenta factores ambientales, sociales y de gobierno corporativo («ASG») en su análisis de inversión fundamental, junto con factores económicos más tradicionales, cuando considere que dichos factores ASG podrían afectar sustancialmente el valor económico de un emisor. La medida en la que se tiene en cuenta cualquier factor ASG y la posibilidad de que estos factores incidan o no en las rentabilidades dependerá de una serie de variables, como la estrategia de inversión, los tipos de clases de activos, las exposiciones tanto regionales como geográficas y las opiniones y análisis de los profesionales de la inversión respecto de una cuestión ASG concreta. Por sí solos, los factores ASG no determinan ninguna decisión de inversión. MFS podría integrar los factores ASG en sus actividades de participación activa a la hora de dialogar con los emisores, pero dichas actividades de participación activa no conllevarán necesariamente que ningún emisor modifique sus prácticas relacionadas con las cuestiones ASG. 

Las opiniones expresadas pertenecen al interlocutor y pueden variar en cualquier momento. Dichas opiniones se ofrecen exclusivamente a título informativo y no deberán considerarse una recomendación para comprar ningún título ni una incitación o asesoramiento de inversión. Las previsiones no están garantizadas.

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